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IX CONCURSO LITERARIO CEIP PABLO VI 2022:

miércoles, 16 de diciembre de 2020

PASEO BOTÁNICO-LITERARIO

 


El Día de la Lectura en Andalucía se celebra  el 16 de diciembre por distintas circunstancias que confluyen: el día del nacimiento del poeta Rafael Alberti y la fecha del homenaje a Góngora celebrado en 1927 del que surgiría la creativa Generación del 27.

 


Los alumnos de Cuarto han realizado un precioso paseo botánico-literario con lectura de poemas y leyendas sobre los árboles y el análisis de sus hojas, troncos y frutos.


 

 

                           LAUREL 

            

                      WASHINGTONIA

 

 

 


 

 

                           EUCALIPTO

 


 

 

 


 

 

                      ALGARROBO

     

                ÁRBOL DEL AMOR

        

        

                            CIPRÉS

 

                  ÁRBOL DEL CIELO

 

 

 

 

 

 

 



 LAUREL    SONETO  XIII

Garcilaso de la Vega

A Dafne ya los brazos le crecían, 
y en luengos ramos vueltos se mostraban; 
en verdes hojas vi que se tornaban 
los cabellos que'l oro escurecían. 


De áspera corteza se cubrían 
los tiernos miembros que aún bullendo estaban; 
los blancos pies en tierra se hincaban 
y en torcidas raíces se volvían. 


Aquel que fue la causa de tal daño, 
a fuerza de llorar, crecer hacía 
este árbol, que con lágrimas regaba. 


¡Oh miserable estado!, ¡oh mal tamaño! 
¡Que con llorarla crezca cada día 
la causa y la razón porque lloraba!

 EL CIPRÉS DE SILOS

Gerardo Diego

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas de Arlanza
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales.

Como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

 El árbol del amor

LEYENDA

Oralia, una hermosa joven de familia noble y acomodada era una chica muy alegre y contagiaba a todos con sus risas. Juan, humilde pero risueño minero soñaba con encontrar una gran veta de plata para ofrecérsela a Oralia, de quien estaba enamorado, pero al ser tan pobre no podía aspirar a ella.


Cuando salía de trabajar en la mina se convertía en aguador, acompañado de su burro, al que recitaba sus versos de amor, siempre con la ilusión de poder contemplar a su amada Oralia y ofrecerle su agua.


La joven viendo el cariño y la amabilidad de Juan hacia ella comenzó a corresponderle. Pero Juan tenía un rival, Pierre, caballero francés al que la ocupación del ejército de 

Bonaparte lo había traído al pueblo y solía frecuentar su casa. Éste, con el permiso de los padres de la joven la visitaba con la esperanza de conquistar a Oralia, de quien se había enamorado.


Ambos se sentaban a la sombra de un árbol que la chica regaba y cuidaba con mimo. Juan al verlos juntos sufría en silencio al no poder hacer nada por evitarlo, sólo trabajaba duro todo el día para conseguir su sueño.



La simpatía de Juan hacía que Oralia lo esperase para ayudarla a regar su árbol, notando éste el cariño que ambos sentían confundiendo el rumor de sus hojas con sus risas. La joven se sentaba debajo y lloraba al no saber por quién decidirse e imploraba ayuda para tomar la decisión acertada. De pronto, cayeron suavemente en su regazo unas lágrimas que el árbol, conmovido, le ofrecía. Al contacto con sus manos éstas se convirtieron en un bello ramo de flores blancas.


Oralia, feliz, vio claro que su verdadero amor era Juan, y al día siguiente cuando éste llegó como todos los días para regarlo junto a su amada ella le dio un impetuoso beso y entonces cayeron racimos de hermosas flores del árbol que así compartía la felicidad con ellos.


Desde entonces se considera buena suerte que los enamorados se refugien bajo sus ramas para que perdure su amor.

 Leyenda del algarrobo

Dicen que hace mucho, en la época de los bisabuelos de los bisabuelos y un poco más lejos todavía, era todo bastante raro porque los animales hablaban y hacían cosas de personas. Y porque nadie conocía los algarrobos. Bueno, casi nadie, porque los pocos que había, los tenía escondidos un hombre muy egoísta.

¿Dónde los había conseguido? Ya les digo: eran un regalo de la Luna, que también había hecho las otras plantas. Y éste no era un regalo para él solo, sino para compartir con todos. Pero, como era un egoísta, él no le había dicho nada a nadie.
Una vez hubo una gran sequía, pasaron meses sin llover y las plantas se fueron secando.
Las que crecían solas y las que la gente sembraba por eso, no había casi nada para comer y andaban todos tristes y flacos, tanto que daban lástima. El único que seguía fuerte, gordito y alegre era aquel hombre, que se llenaba de algarrobas todos los días.
Al zorro, que siempre fue muy vivo, le llamó la atención verlo tan contento. “Este saca comida de algún lado”, pensó. “Lo voy a seguir y lo voy a espiar”.
Y escondido entre los árboles, lo oyó decir:
-¡Ah, qué hambre! ¡Ahora me voy a dar un atracón de algarrobas!
“¡Eso es lo que come!”, pensó el zorro. Y lo siguió más de cerca todavía, correteando entre los troncos y agachándose cada vez que el otro se daba vuelta.
Así fue como al fin llegaron hasta un arroyo donde había un monte con unos árboles que él nunca había visto. Eran algarrobos, y en el suelo estaba lleno de vainas. El zorro recogió una, la olfateó y le pasó la lengua con un poco de desconfianza. Después la mordió, rompió la cáscara dura y probó lo de adentro, la pulpa con las semillas. Le sintió sabor dulzón y se la comió toda. Levantó otra y también se la comió. Y después, otra más. Y tanto le gustaron que se distrajo y entonces el hombre lo vio.
-¿Qué estás haciendo acá? -le dijo- ¡Andate!
-¡Dame una bolsa de estas vainas para la gente, que no tiene comida! -le contestó el zorro.
-¡No señor! -gritó el otro- son mías y nada más. ¡Que se embromen los otros!
-¡Aunque sea dejame comer a mí! -dijo el zorro, a pesar de tener la panza llena.
-Una sola vaina y te vas.
-Bueno, una.
-Te dejo, y me jurás que no le vas a contar a nadie que acá están estos árboles.
-Esta bien, te juro que no digo nada.
Pero el zorro no tragó las semillas. Lo que hizo fue guardarlas enteras, en un costado de la boca.
-¿Qué tenés ahí? -preguntó el hombre cuando le vio el cachete abultado
-Nada, ando con dolor de muela y por eso se me hinchó la encía -dijo el zorro, haciéndose el inocente- me voy.
Corriendo volvió a su casa, hizo un pocito y escupió ahí las semillas. Lo tapó. Lo regó y empezó a tocar un tamborcito mágico que tenía. ¡Pim, Pim, Pim, tocaba, dale que dale, sin parar. Y por la magia del tambor, en un día brotó una hojita como un pastito, que siguió creciendo y creciendo. Al otro día era una planta más alta que el zorro. Y al día siguiente ya era un árbol. Y al cuarto día era un buen algarrobo lleno de vainas. 
Entonces el zorro las juntó y las desparramó por todo el campo, y de cada semilla creció un árbol igual. Desde entonces, todos tuvieron algarrobas para comer. ¡Gracias al zorro!

 

LA LEYENDA DEL  EUCALIPTO

La leyenda cuenta que en los comienzos de los tiempos un grupo de aborígenes estaba buscando leña para hacer fuego. Juntaron varios tipos de madera para encender la hoguera pero de pronto escucharon un sonido muy particular. El miedo les hizo interrumpir lo que estaban haciendo, pensando que eran espíritus malignos que emitían sonidos para asustarles, pero al poco se dieron cuenta de que aquel sonido era muy agradable y no podía ser maligno. Observando las ramas de eucalipto se percataron que el sonido era del viento que se filtraba a través del tronco del árbol que estaba ahuecado por las termitas. 
Esto dio origen al "didqeridoo", un instrumento de viento que se utiliza en los ritos ancestrales para conectarse con los espíritus de los antepasados.

 

LEYENDA DE LA CATALPA

Cuenta la leyenda que un anciano buscaba una sombra que lo protegiese del sol inmisericorde el cual castigaba con sus rayos a toda criatura que habitaba en aquel lugar, pero no encontró ninguna.

Y dicen que agotado clavó en el suelo su bastón que era una rama y quedo profundamente dormido. En sus sueños vislumbró un árbol de anchas hojas que  le regalaba una fresca sombra  donde se guarecía rodeado de los animales de ese desierto.  Luastsi, dios de los bosques, indagó en su pensamiento y al momento convirtió en realidad el sueño del anciano haciendo nacer de su bastón a la hermosa Catalpa, la cual por la magia del Dios comenzó a multiplicarse rápidamente conformando un fresco bosque donde la vida volvió a bullir con desenfrenada alegría.

 

El nombre vulgar de catalpa que a su vez se deriva del científico procede de los indios cherokee  ya que así conocían a este árbol.

 

WASHINGTONIA

En el pueblo de Cachiche (conocido como “el pueblo de las Brujas, por sus numerosas leyendas) en Ica, está ubicada una de las atracciones turísticas más importantes de departamento: la misteriosa Palmera de las Siete cabezas.

Se trata de un extraño palmero cuya principal y más rara característica es que no crece recto, por el contrario, los troncos han crecido por el suelo como si se tratase de una serpiente petrificada. A simple vista parecen ser varios palmeros que nacen del subsuelo en lugar de uno, sin embargo todos tienen la misma raíz, pero diferentes “cabezas” o troncos.

 

Cuenta la leyenda que la bruja predijo que Ica fue destruida por una inundación cuando de esta extraña palma nacería la séptima cabeza.

La bruja estaba en lo cierto, por desgracia, de hecho, Ica se inundó en Enero de 1998 y cerca de mil casas quedaron inundadas cuando el río se desbordó.

En ese año la palma había brotado su séptima cabeza y así ya los que viven en Cachiche cortan o queman la séptima cabeza cada año antes que pueda crecer y traer otro diluvio!

La leyenda de  la imagen del nazareno .”

El “Abuelo” de Jaén

Cuenta la leyenda que un anciano fue acogido durante una noche de Agosto de 1590 en una casería a las afueras de la ciudad, y al ver un grueso tronco de olivo a la entrada dijo a los dueños que “buen nazareno saldría de ahí”. Ante el comentario del anciano, le preguntaron “¿usted sería capaz de hacerlo?”, él asintió y pidió únicamente que lo dejaran trabajar a solas en una habitación sin herramienta alguna, pues no tenía necesidad de ellas.

Los sorprendidos dueños accedieron a tan singular petición y dejaron al abuelo a solas con el tronco de olivo. Pasaron las horas y ningún ruido salía de la habitación. Preocupados, tocaron a la puerta por si le había pasado algo y al no obtener respuesta decidieron entrar… en la habitación no había rastro del abuelo y en lugar del tronco de olivo se encontraba ésta hermosa talla de cuerpo completo de Nuestro Padre Jesús el Nazareno. De ahí viene el nombre de esta procesión, conocida como «El Abuelo».

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El Olivo y las Olimpiadas

Los vencedores en los juegos olímpicos griegos eran coronados con ramas trenzadas de olivo; originalmente, la rama no provenía de cualquier olivo sino justamente del árbol sagrado de la Acrópolis, cuya historia está ligada a los orígenes de la cultura griega. Sin embargo, no siempre fue así: desde la primera Olimpiada a la séptima se utilizaron coronas trenzadas de manzano hasta que Pausanias consultó al oráculo de Delfos, quien le indicó que abandonara el manzano y en su lugar utilizara las ramas de un árbol que crecía en los alrededores y que estaba cubierto de telarañas. Pausanias encontró ese árbol; se trataba de un acebuche.

 






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