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Una
vez que el pajarito Rito los veía sentados en sus sillas, levantaba de
nuevo el vuelo y desaparecía hasta el siguiente
día en el que repetiría la misma rutina; ¿por qué?, era un misterio, quizá una costumbre
fortuita, quizá; y así estuvo todo el mes
de setiembre, y octubre y noviembre; pero en diciembre…, ¡ay el mes de diciembre!, fue un mes de mucha lluvia, viento y frío. Rito, el pajarito, no
se daba cuenta, o no quería darse cuenta, de que una exposición de su
cuerpecillo a una intemperie como esta, podría ser nefasta; y todos los
días volvía a la verja y después a la ventana, hasta que en una mañana
especialmente gélida, no pudo resistir más, y allí, sobre una de las
lamas de la contraventana, se sintió especialmente entumecido, notaba cómo su cuerpecillo se contraía y tiritaba con intensidad, hasta que perdió el conocimiento. Su
cuerpecillo quedó como una figurita de hielo, diríase que de cristal
fino, de esas de Bohemia. Ya no distinguían sus ojillos a los niños
entrar, se perdían las siluetas en una espesa bruma hasta que no pudo
verlos más. Fue entonces cuando una ráfaga helada de viento le hizo caer
sobre el alféizar de la ventana, fue entonces cuando su cuerpo estalló
en trozos tan finos que la luz al pasar por ellos se transformaba en
haces de colores. Y así fue cómo el pajarito Rito dejó el mundo de ramas
y ventanas y pasó al otro mucho más etéreo de aire y plumas.
Ese
día, como de costumbre el maestro fue a cerrar las ventanas acabada la
jornada. Entonces fijó su atención en unos cristalitos que emanaban
irisaciones sorprendentes, y los recogió uno a uno con extremo cuidado.
En total pudo contar veinticinco trocitos que echó en una caja plateada
que tenía a mano bajo el árbol de navidad de la clase. Al
día siguiente, una vez sentados los niños en sus respectivos lugares,
cogió la caja como muestra para pedir que trajeran ellos también las suyas y que
simularían los regalos bajo el reciclado abeto de navidad; la
agitó suavemente sin ninguna pretensión, pero los veinticinco
cristalitos que contenía produjeron un delicioso ruido; era como música
de campanitas tubulares; y
los niños quedaron atrapados en cada una de sus ondas. Pedían con
insistencia que abriera la caja porque algo debía contener, y algo bueno
debía ser. El
maestro les prometió que el día de la despedida con motivo de las
vacaciones navideñas, la abriría, y que lo que hubiera dentro sería para
ellos, para tener un recuerdo del año que ha facilitado que estuvieran
juntos, que se conocieran, y que ellos llegaran a ser importantes para él, y él, esperaba, para ellos.
Y
así lo hizo… Justamente el día veintitrés de diciembre del año 2019,
justamente a las 13 horas y 30 minutos, abrió la caja esperando
encontrarse con los veinticinco cristalitos, pero no fue así, no; en
lugar de cristalitos, comprobó cómo se habían transmutado en pequeños cuerpecillos que reencarnaban el del pajarito Rito, y en múltiples variaciones, pero que sumadas todas representaban fielmente al mismísimo pajarito Rito.
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